Foto: Deriva urbana. Palma de Mallorca, junio, 2010.
En relativamente pocos años hemos pasado de una sociedad de masas a una de los individuos.
Desde los macro-media; pero también desde los micro (Facebook, Twitter, por ejemplo), se nos bombardea diariamente con breves mensajes en los que se ensalza la individualidad como valor fundamental a promover y defender en la vida. Es el imperativo de lo doctrina del cómo vivir.
El capitalismo patriarcal del siglo XX se basaba en la producción y el consumo masivo. Ahora -en el ultraliberalismo; es decir, el capitalismo sin caretas paternalistas- todos somos productores, como dirían mis maestros Adriana Gil y Joel Feliu. Pero productores individuales de valores consumibles. Consumimos una identidad imaginada, una interioridad encondonada, un "Hágaselo Usted Mismo"; "Aquí y Ahora".
Ahora lo que producimos y al mismo tiempo vendemos es eso: la cultura del condón. Una profilaxis emocional extrema; una preservatividad a ultranza. Que nada nos afecte, que nada nos toque, que nada nos duela, que nada nos enferme. Cuidado con esa emoción. Cuidado con tener dudas. Prevención de los accidentes del Yo.
Esta es una cultura del viaje ultrarápido por los senderos del alma. Una cultura de la serenidad y la atención plena (¿a qué?). Del inmovilismo social y el activismo espiritual. Una cultura, entonces, tremendamente industrializada.
Industria del amor in-dependiente (o sea, no-dependiente; amemos con soltura), del sexo virtual (no me refiero a la autosatisfacción a través de internet, si no al sexo que virtualmente puede ser; pero nunca llega) y ritual. Industria de los sentimientos y afectos enlatados; de las pasiones controladas.
Que nada nos contamine, que nada nos ensucie. Cambiemos el mundo con el poder de nuestra mente meditando de manera profiláctica. Creemos eventos mágicos repitiendo siempre los mismos mantras a la temperatura ambiente del aire acondicionado siemens. Hagamóslo bajo un movimiento gestáltico que nos lleve quién sabe a dónde... Sí, a un "Mundo Mejor" basado en la creatividad de "El Corte Inglés" y los CEO,s de la "Era de la Comunicación".
Si hemos de ser individuos añoro los tiempos del individualismo romántico; el del siglo XIX. Al menos entonces se dejaba rienda suelta a la pasión. Y, aunque no se daban cuenta, los grandes poetas románticos estaban ya sentando las bases de una sociedad relacional; la de las colectividades. Una que, ojalá, sea la que venga a sustitutir a la de los individuos sin retornar a la de las masas.
Mientras tanto, recuerdo que, a pesar de muchas/os gurús del individualismo y libros de autoayuda, nos queda el derecho a la palabra y a la acción. También a la imaginación...